Las Cofradías, ¿preocupación o esperanza?

 

Mis queridos Cofrades:

Agradezco vuestra deferencia al concederme cada año las primeras páginas de las revistas que elaboráis con motivo de la Semana Santa. Al dirigirme a vosotros desde estas líneas pretendo, sobre todo, mantener viva esa relación que debe unir, en la sencillez y en el afecto, al Arzobispo y a las Cofradías y Hermandades. Al mismo tiempo, a través de estos escritos podemos compartir preocupaciones, orientaciones y proyectos que nos afectan como miembros de la misma Iglesia diocesana.

Algunas veces me preguntan si las cofradías son una “preocupación” para el Obispo, o si constituyen un motivo de “esperanza” en el desarrollo de la acción pastoral y de la vida de nuestra Iglesia diocesana.

Mi respuesta siempre une ambos extremos porque, en principio, no son alternativos, no se contraponen. ¿Qué se podría decir de los hijos en la familia? ¿Que son preocupación o que son esperanza? Para los padres sensatos, esta pregunta en forma disyuntiva no tendría lugar. Los hijos, como integrantes de la familia, tienen derecho a recibir de los padres la atención adecuada a los diversos momentos de su evolución y crecimiento. En ese sentido, los hijos constituyen la primera preocupación que los padres viven con verdadero interés movidos por el amor. El Obispo es pastor y padre de todos los miembros de esta gran familia diocesana. Por tanto, debe sentir como propias, y debe tratar con afecto paternal las necesidades y riesgos de las personas y de las instituciones integradas en la Iglesia particular que el Señor le ha encomendado. El cumplimiento de esta responsabilidad hace más cercana y sólida la relación pastoral entre el Obispo y las Cofradías y Hermandades. Todos coincidimos en que los problemas no son apetecibles y que ocasionan a veces momentos difíciles. Pero, al mismo tiempo somos testigos de que afrontar juntos y con buen talante las situaciones incómodas que se dan en la familia propician el acercamiento entre esposos y entre padres e hijos, y ayudan a crecer cada uno en la propia condición. El diálogo sencillo y sincero abre a la mutua confianza que es la puerta de toda colaboración.

El buen educador no se mantiene al margen de los educandos mientras no aparecen importantes problemas. Por el contrario, procura una relación continuada compartiendo con toda naturalidad el acontecer diario. Del mismo modo el ejercicio de la responsabilidad pastoral lleva al Obispo y al presbítero a prestar atención y a mantener una relación fluida con las personas e instituciones confiadas a su cuidado. Por ello corresponde al Obispo, a los presbíteros y a los Cofrades verdaderamente responsables, promover las estructuras y aprovechar las ocasiones que puedan propiciar un diálogo confiado y permanente con los feligreses y con las instituciones eclesiásticas parroquiales o diocesanas. De este diálogo surge el buen entendimiento mutuo y la posibilidad de afrontar juntos tanto las responsabilidades comunes como los problemas que puedan surgir. San Juan Pablo II resume este comportamiento pastoral afirmando: “La comunión eclesial llevará al Obispo a un estilo pastoral cada vez más abierto a la colaboración de todos” (PG, 44). Por ello, se constituyeron, hace ya años, las Agrupaciones Arciprestales de Cofradías y las Juntas Locales, así como el Consejo Diocesano de la Delegación de Hermandades y Cofradías. como ámbito de comunión y diálogo donde procurar el conocimiento y tratamiento de las necesidades de estas asociaciones eclesiales, donde afrontar los problemas que puedan surgir y donde buscar juntos las directrices más oportunas para la andadura de cada asociación y del conjunto de todas ellas. Quienes prescinden de estos cauces de encuentro y diálogo hacen peligrar la propia comunión eclesial. Aprovechar todo ello, ofrece, en cambio, una experiencia positiva en beneficio de cada asociación y del conjunto diocesano; ayuda a plasmar en la vida diaria la comunión efectiva que constituye el vínculo esencial de los cristianos.

Después de varios años de compartir con las Cofradías y Hermandades sus anhelos, problemas, dificultades, ilusiones y decepciones, convicciones y fidelidades, puedo decir que las conozco y aprecio más, que voy descubriendo caminos por los que estas asociaciones pueden apoyar y enriquecer la acción evangelizadora tan importante y urgente en nuestro tiempo y en nuestros ambientes. Cuando contemplo estas posibilidades que encierran, y cuando me fijo en el avance logrado en su aprovechamiento y desarrollo, la preocupación por las Cofradías y Hermandades se convierte en esperanza. Así lo vivo, cada día más, a medida que va siendo más amplia e intensa mi relación con los cofrades conscientes y responsables. Puedo decir con toda verdad, que soy testigo de un claro avance de las Cofradías y Hermandades en su vinculación eclesial, en el interés por cultivar sus esencias, y en realizar, con respecto a las orientaciones eclesiales, aquellas iniciativas que les afectan como asociaciones internas a la Iglesia.

Al dirigirme a vosotros en esta ocasión, que probablemente sea la última vez que lo haga como vuestro pastor diocesano, queridos miembros de las Cofradías y Hermandades, os pido y espero de vosotros que reflexionéis y hagáis un esfuerzo para recuperar las propias esencias cofrades y contribuir al crecimiento y renovación de nuestra Iglesia Diocesana.

Con mi bendición pastoral,

+ Celso Morga Iruzubieta.
Arzobispo de Mérida-Badajoz