Pasión Y Fiesta

Indudablemente los días de Semana Santa constituyen un tiempo de especial resonancia para el cristiano. La celebración de los Misterios de nuestra Redención atrae miradas y sentimientos hacia Cristo nuestro Señor “que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del Cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó en María la Virgen y se hizo hombre”. El Señor Jesús debía, ante Dios, salvar la deuda de respeto y de amor que la humanidad había contraído a causa del pecado original y de todos los pecados personales que los hombres y mujeres acumularían a través de la historia hasta el fin de los tiempos.

La meditación de este gran gesto, al que no llega la inteligencia sin la ayuda de la fe, pide un recogimiento que, a su vez, requiere el adecuado silencio. Hubo tiempos en que, durante el Jueves, Viernes y Sábado santos, el bullicio callejero se retiraba discretamente dando lugar a un clima propicio para la reflexión. El hecho de que pluguiera a Dios pedir a su Hijo que la Redención fuera el contrasigno de la pretendida independencia del hombre respecto a su hacedor, llevó consigo que la obediencia de Cristo tuviera que llegar hasta la humillación y la muerte. La contemplación de los dolorosos avatares de Jesús desde la última cena hasta su último suspiro y su sepultura imprime un sello emotivo en el pueblo cristiano que la liturgia y la religiosidad popular han plasmado en celebraciones que llegan al fondo del corazón humano. Centrar la atención y celebrar en su debida amplitud cuanto concierne a la Pascua salvadora de Cristo, ha ido imponiendo en los pueblos de raigambre y cultura cristianas la liberación de obligaciones laborales y la frecuencia de procesiones que son verdaderas escenificaciones piadosas de la Pasión del Señor.

Las calles se convierten en auténticas “Vías sacras”, escenario de un devoto Vía Crucis en que se entrecruzan el rostro de Cristo y la mirada de la fe hasta el encuentro emotivo interior que conmueve el corazón emocionado. La religiosidad sencilla y profunda se vierte entonces en diálogo de lágrimas y de promesas que van desde la propia vida hasta el Señor como un secreto proyecto de futuro. Profundizar en el sentido redentor de la Pasión y muerte de Cristo nos lleva a la certeza de que todo ello fue protagonizado por nuestro Señor de una vez para siempre. En su única Pasión, muerte y Resurrección hizo que sus benéficos efectos se aplicaran a nosotros cuando participamos en las Celebraciones litúrgicas. Saber esto, constituye un motivo de gozo para el cristiano. Este gozo se convierte en motivo de verdadera fiesta porque nos habla de que es posible una vida con auténtico sentido en los buenos y malos momentos, y que nos aguarda un futuro feliz en plenitud si seguimos las huellas de Cristo. Pasión y Gloria forman en la Semana Santa un engarce de anillos inseparables que reflejan la historia de Jesús entre nosotros. Vida que es profecía de lo que ha de ser nuestra historia si vivimos con fidelidad el Misterio de nuestra fe. Meditación silenciosa, canto de gratitud y alabanza, son gestos que se unen ante el acontecimiento que explica y salva nuestra existencia.

El sentimiento de tristeza por el sufrimiento y la muerte de Cristo, y la alegría incontenible por su gloriosa Resurrección, son emociones que reflejan el proceso anímico de quien se identifica espiritualmente con el Señor en su Pasión, y sabe leer la promesa de triunfo que lleva consigo para nosotros la Resurrección. El dolor por los propios pecados y el gozo por el perdón que el Señor ha hecho posible, son momentos sucesivos en el proceso de conversión y en la acogida de la Gracia divina que han de ocupar el corazón cristiano en estos días de salvación. Las procesiones penitenciales durante la Semana dolorosa y el alegre despertar en la mañana del Domingo de Pascua invitan al espíritu del hombre a ver en las imágenes que el pueblo acompaña por nuestras calles el precio del pecado y el triunfo de la Gracia. Hacer una buena confesión y recibir la gracia de la absolución sacramental es el mejor modo de celebrar este misterio. Pasión y Fiesta se unen tanto en el curso de las Celebraciones, como en el proceso interior de conversión y en el ritmo social de las manifestaciones religiosas con que el pueblo cristiano se expresa siguiendo con sencillez sus más arraigadas tradiciones. Qué buen signo de respeto social, de libertad civilizada y de buen estilo democrático sería el que los actos religiosos populares y litúrgicos no fueran ensombrecidos por intereses o espontaneidades ajenas al espíritu religioso que los preside. Que esta próxima Semana Santa sea un acontecimiento de gracia para toda la Archidiócesis.

+Celso Morga Iruzubieta
Arzobispo de Mérida-Badajoz